Ayer hizo 81 años que Barcelona se fue a dormir con un sueño. Decía así: “Abraceu-vos, homes ara que un gran bes inflama els cels (…) Sota el cel blau l’única paraula apropiada, un crit d’alegria, Pau”. [Abrazaos, hombres ahora que un gran beso inflama los cielos (…) bajo el cielo azul la única palabra apropiada, un grito de alegría, Paz]. Con estas palabras, el violinista Pau Casals y el poeta Josep Maria de Segarra iban a abrir la ceremonia de apertura de las Olimpiadas Populares del 1936. Era el 18 de julio de 1936 y la ciudad era una fiesta. La gente había salido a la calle en masa a recibir a los más de 5.000 atletas procedentes de todo el mundo. Entre ellos, cinco ciclistas Clarion que pertenecían a la delegación británica. El presidente Companys era uno de los otros protagonistas. Bajo su batuta debía comenzar el evento en el flamante estadio de Montjuïc que lleva ahora su nombre. 56 años después, lo recordaba el alcalde Pasqual Maragall cuando el sueño se hizo realidad en 1992. Barcelona era, aquel verano de 1936, uno de los lugares de Europa más poblados de ateneos, clubes deportivos populares y obreros. La ciudad defendía encarnizadamente el deporte, no como un privilegio de los sectores acomodados, sino como un derecho o una herramienta de democratización al servicio de las clases populares. No es extraño, por ello, que cinco años antes hubiera presentado la candidatura olímpica. Ya lo había hecho en 1920. La proclamación de la II República, sin embargo, lo frustró. El aristocrático Comité Olímpico Internacional (COI) optó por Berlín. Y una vez en el poder Hitler, no se echó atrás. Numerosos países y organizaciones internacionales, como el Comité Olímpico de EEUU, decidieron no quedarse de brazos cruzados. Se puso en marcha una campaña de boicot. La sociedad civil catalana, con el Comité Catalán pro Deporte Popular o el CADCI al frente, se sumaron con el impulso de las Olimpiadas Populares. Era una iniciativa para frenar la potente herramienta de propaganda nazi que venía de Berlín. Barcelona entonces se convirtió en un referente internacional del deporte. También del espíritu antifascista y antirracista que latía en los corazones de los ciudadanos europeos. Entre los atletas que vinieron, había un grupo numeroso de mujeres hasta entonces prácticamente ignoradas, grupos de judíos vetados en Berlín o miembros de las selecciones de naciones sin estado como Palestina, Alsacia, Euskadi, Galicia o Catalunya. Ese día, sin embargo, Barcelona se despertó bajo el ruido de las armas. El sueño olímpico se rompió por la pesadilla de un golpe de Estado. Las Olimpiadas Populares se tuvieron que suspender. Como no pudieron competir, muchos de los deportistas decidieron quedarse e integrarse a las Brigadas Internacionales. Arriesgaron su vida en la lucha por la libertad y en el combate contra el fascismo. Lo hicieron con coraje y determinación. Y, sin embargo, perdieron. De esta generación de vencidos escribió el filósofo francés, Albert Camus desde París. “Fue en España -decía- donde mi generación aprendió que uno puede tener la razón y ser derrotado, que la fuerza puede destruir el alma y que, a veces, el coraje no obtiene recompensa”. Un aprendizaje duro. Aquellos hombres y mujeres fueron un ejemplo de coherencia, fraternidad y dignidad. Defendían que -como también recordaba Camus- “la libertad debe ser de todos o de nadie”. Su derrota fue la primera victoria del fascismo en Europa. El campo de batalla de una guerra internacional que vendría poco después. Barcelona está en deuda con toda aquella gente. Por eso hay que poner en valor que desde Generalitat y el Ayuntamiento impulsen diferentes actos de recuerdo y homenaje. Como ha hecho hoy el consejero Romeva, y como hizo el Ayuntamiento el año pasado, cuando se celebraron los 80 años de la efeméride. En ambos casos, con la emotiva presencia de los miembros del equipo ciclista Clarion provenientes de Londres. Ahora que hace 25 años del discurso olímpico de Pasqual Maragall, y de su mención a la Olimpiada, su memoria nos debe servir para recordar que el verdadero enemigo de Cataluña es el olvido. Recordemos y recordamos a los demás. Este es el imperativo ético que reivindicaba Cernuda en un poema titulado “1936”. Lo escribió una noche de 1961. La misma noche que conoció a un brigadista británico. Empezaba con el famoso “recuérdalo tú y recuérdalo a otros” y termina con el siguiente verso de agradecimiento:
Gracias, compañero, gracias por el ejemplo. Gracias por que me dices que el hombre es noble. Nada importa que tan pocos lo sean: uno, uno tan obl basta como testigo irrefutable de toda la oblesa humana.
juliol 18th, 2017 → 12:14 @ user
0